Hace cinco siglos, el ilustrador científico era un integrante necesario en las campañas de exploración de las colonias de España o Inglaterra.
Alberto Guerra recrea en este mural que se encuentra en Universum a fauna terrestre emblemática del Cretácico Tardío Mexicano como el Quetzalcoatlus y el Coahuilaceratops. (Foto: DGDC-UNAM)
En pleno siglo XXI, Alberto Guerra Escamilla da vida a un oficio que tiene siglos de antigüedad: la ilustración científica. Con su hiperrealismo nos revela detalles del mundo natural y revive mundos extintos, que nos aproximan al drama que ocurría entre presas y depredadores hace millones de años.
Hoy existen cámaras fotográficas superpotentes, pero todavía es necesaria la ilustración científica, ¿qué le aporta al conocimiento esta disciplina?
Anatomía de la jaiba azul (Callinectes sapidus hembra) con técnica de acuarela, obra de Alberto Guerra Escamilla. (Foto: Cortesía)
Contrario a lo que podríamos suponer, la ilustración científica está más viva que nunca y tiene mucho qué aportarle al mundo.
Alberto Guerra Escamilla, egresado de la carrera de diseño y comunicación visual en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (ahora Facultad), considera que su boom actual es gracias a las redes sociales.
“Antes te enterabas de la existencia de un ilustrador científico al hojear un libro, pero ahora los artistas suben sus trabajos a Instagram y –gracias a ello– las nuevas generaciones los conocen más y compran sus obras”.
Él se introdujo a ese mundo gracias a Aldi de Oyarzábal, un ilustrador mexicano muy reconocido a nivel mundial. Se ha especializado en biología marina y zonas costeras, pues desde 2010 vive en Mérida, Yucatán y colabora para la Facultad de Ciencias de la UNAM con sede en Sisal.
Al trabajar con científicos y biólogos ha aprendido de nombres de especies, morfología, anatomía, simbiosis, comportamiento y hasta cómo funciona un huracán o una marea roja.
La ilustración científica se usa para identificar nuevas especies, interpretar especies extintas o comportamientos e interacciones que muchas veces no podemos ver a simple vista, por más que tengamos la mejor cámara del mundo, la mejor lente y la mejor resolución, indica.
Cada detalle mínimo cuenta…y mucho. Hay especies microscópicas, cuyos rasgos a veces no se alcanzan a ver en una fotografía y es cuando la ilustración científica puede ayudar con las dimensiones y formas que se escapan a simple vista.
Ciertas plantas solo florean una vez al año o hay fauna marina que solo se reproduce en la noche, debajo del mar y una vez al año. Ante esas dificultades para retratar un proceso, la ilustración científica puede dar idea de cómo ocurre.
Pero la ilustración científica, así como la ciencia misma, también se encuentra en constante corrección. Gracias al hallazgo de un cráneo fosilizado de 115 millones de años, encontrado en Brasil, ahora se sabe que el pterosaurio Tupandactylus imperator, ancestro de las aves, tenía plumas en la cresta y podía controlar su color mediante pigmentos de melanina.
“Antes se le dibujaba con piel y membranas, sin plumas, pero ahora se sabe que tenía en la cara y en la cresta. Así como cambia la ciencia, así también lo que un ilustrador dibuja”, explica Guerra Escamilla.
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El naturalista Charles Darwin, en sus viajes alrededor del mundo en el barco Beagle, recolectó especies, pero también tomó notas e hizo ilustraciones detalladas de lo que veía en sus cuadernos. En América, encontró restos fósiles de gliptodontes, megaterios y milodontes de los que tomó un cuidadoso registro.
Gracias a esa información supuso que en el pasado había existido cierto tipo de fauna, que las especies pueden variar en el tiempo e incluso extinguirse.
Darwin conmocionó a la sociedad de la época con su teoría sobre la evolución biológica por selección natural y todavía es incómodo, ya que fue el primero en sugerir que los seres humanos tenemos algún parentesco con otras especies de primates.
Reconstruir el pasado remoto es todo un reto, porque se realiza a partir de fósiles. Alberto Guerra Escamilla platica del proyecto Tesoros del océano Mesozoico mexicano para el museo de las ciencias Universum en el que recrea el ambiente del monstruo de Aramberri, un reptil marino que habitó lo que hoy es Coahuila y Nuevo León.
“Lo importante era mostrar un pedacito de tiempo que retratara muchas dinámicas o interacciones entre especies depredadoras tope o depredadores máximos y presas”, dice.
El artista colocó en sección áurea las especies más importantes para darle un mayor dinamismo al mural. En total, aparecen entre 60 y 70 especies distintas con una microhistoria.
Para dibujar a los ictosaurios, por ejemplo, usó como referencia a los delfines, porque su cuerpo tiene una forma muy parecida pero con una cara distinta, pues sus ojos eran grandes y sus dientes muy picudos.
Indica que el trabajo de otros artistas también le sirve como inspiración para sus creaciones porque así se puede imaginar a una especie con músculos, carne y hueso.
El mural “Tesoros del océano Mesozoico mexicano” es la obra más grande y completa del ilustrador Alberto Guerra. Retrata a depredadores y presas acuáticas, en especial al monstruo de Aramberri. (Foto: Universum-DGDC-UNAM)
Para identificar los recursos naturales que tenían en sus colonias, países como España e Inglaterra ordenaban realizar exploraciones científicas, y siempre iba uno o varios ilustradores en esas comitivas para retratar los rasgos de la flora y fauna que se recolectaba.
En la Nueva España, José Mariano Mociño y Atanasio Echeverría y Godoy ilustraron 20,000 especímenes en los 13 años que duró la Real Expedición Botánica de la Nueva España.
Al día de hoy sigue siendo importante acompañar a los científicos en sus salidas de campo, considera el ilustrador.
“Sí necesitas estar en el medio para poder sentir y representar. Si no lo sientes, no lo puedes ilustrar”.
Un recorrido memorable para él, fue cuando acompañó a investigadores a recolectar camarones nativos de un cenote que son casi transparentes. Pudo bucear y estar en el fondo, hasta –casi– sentirse como un crustáceo.
Para elaborar este trabajo Alberto Guerra acompañó a los investigadores al cenote y buceó en el hábitat de las especies que se mencionan, lo que le permitió recrear con mayor fidelidad su ecosistema. (Foto: Cortesía)