Nunca es tarde para romper con la violencia y reflexionar: ¿por qué vivo en conflicto? ¿cómo creo relaciones basadas en el respeto?
Bruno es un joven que da su testimonio de las violencias que ha ejercido contra las mujeres de su vida y cómo ha aprendido a gestionar sus emociones en la asociación civil Gendes. (Foto: Jimena Zavala)
“Soy sarcástico con las mujeres que forman parte de mi vida como mi pareja, mi mamá y mi hermana”. “Si me molesto, aplico la ‘ley del hielo’ y dejo de responder mensajes”. “Minimizo opiniones, las devalúo o las menosprecio”.
Éstas son algunas de las violencias de género que Bruno, un psicólogo de 25 años de edad, identifica en sus relaciones afectivas. No se había dado cuenta de ellas hasta que entró a la asociación civil GENDES, que atiende a hombres con problemas de violencia, a hacer su servicio social y ahí se percató que él mismo reproducía ciertas violencias y debía trabajar en ellas.
En plena pandemia salieron a la luz aún más agresiones, Bruno reconoce una violencia sexual que ejerció hacia su pareja: “le dije que, en algún momento de nuestra relación, le iba a ser infiel. Ella tenía problemas familiares y mi comentario le afectó más, no fui empático. A partir de ello, la confianza, el cariño y el amor se terminaron, y cortamos”.
Bruno decidió retomar su proceso en GENDES para adquirir herramientas y conceptos que le permitieran establecer relaciones basadas en la igualdad y el buen trato.
En entrevista para Tec Review dice que no quiere repetir las mismas conductas de su papá, su hermano, amigos ni lo que ve en la televisión, “quiero mejorar mis vínculos”.
Si bien, la versión extrema de la violencia física es el feminicidio y el asesinato, hay otros tipos como la violencia verbal, económica, sexual y emocional, ¿cómo erradicarlas? El primero paso es construir nuevas masculinidades.
Bruno ha modificado conductas que veía normales, como los chistes machistas y misóginos, pues son una forma de violencia verbal contra las mujeres y grupos minoritarios. Se da cuenta que tiene muchas otras violencias arraigadas en las que debe trabajar. (Foto: Jimena Zavala)
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Cuando inició la pandemia y se instauró el “Quédate en casa”, algunos hombres que iban a GENDES a trabajar sus violencias en grupos de reflexión le preguntaron a los terapeutas “¿ahora qué vamos a hacer?”. Temían reincidir.
Los responsables de la asociación civil instauraron una línea telefónica de emergencia, por si algún hombre entraba en tensión o crisis y, para su sorpresa, sí llamaron muchos.
Ricardo Ayllón, coordinador de metodología y socio fundador de GENDES A.C., cuenta que era muy común recibir llamadas de hombres que pedían ayuda porque habían perdido su empleo o les habían reducido el sueldo a la mitad y se sentían desesperados.
“Lo que había era miedo y tristeza, pero como no sabemos manejar las emociones, expresaban la tensión con gritos, insultos o golpes”.
La segunda causa fue la convivencia las 24 horas, 7 días a la semana con la familia. Les generaba tanto estrés que explotaba en violencia.
Si usualmente salían desde las 7 de la mañana a trabajar y regresaban hasta las 9 de la noche, ahora tenían que estar todo el tiempo con sus hijos y su esposa.
La tercera causa de conflicto fueron los problemas sexuales. Había casos de hombres que no podían ver la relación extramarital que tenían o se daban cuenta de que su pareja tenía otra relación. Y nuevamente, en lugar de platicar, eran violentos.
La pandemia se extendió más de lo esperado y fueron cambiando los motivos de las llamadas: a mediados de 2021 fueron la depresión y ansiedad.
“Recibimos la llamada de un chavo que estaba arriba del banco con la soga en el cuello, pero llegó un gatito que lo empezó a rascar, se bajó y decidió buscar ayuda para recibir atención psicológica”. La línea telefónica continúa activa y siguen recibiendo llamadas.
Si bien el patriarcado y el machismo le da mayores privilegios a los hombres que a las mujeres y otros grupos minoritarios, también es dañino para ellos, porque los encapsula en estereotipos detonantes de violencia, explica Ayllón.
Ricardo Ayllón, socio fundador y coordinador de metodología en GENDES, asociación civil que atiende a hombres con problemas de violencia. En este lugar se le brindan herramientas para que se liberen de mandatos machistas como la violencia. (Foto: Jimena Zavala)
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La masculinidad hegemónica consta de una serie de características muy difíciles de cumplir que sirven de referentes al resto de los hombres, quienes constantemente se comparan con esa figura y establecen una especie de jerarquía de masculinidad (ellos miran qué tan arriba o qué tan abajo están).
Ali Siles Bárcenas, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que ese imaginario lo encarna un varón heterosexual cisgénero, en una posición de poder, de éxito económico y social, que no es ni muy joven ni adulto mayor, tiene un cuerpo atlético y su perfil étnico es el de una persona blanca o cercana a lo blanco.
Este referente imaginario cumple con mandatos de masculinidad (reglas o normas no escritas que se esperan de los varones), como que deben ser proveedores de su familia, que son los que resuelven, los que piensan fríamente y no involucran emociones.
Uno de esos mandatos arraigados –y muy dañinos– es la idea de que la violencia es una herramienta útil y válida para resolver conflictos entre los hombres, que de esa forma se prueba la hombría cuando está amenazada, de tal forma que normaliza la ira y el enojo para resolver problemas.
“La gran mayoría de la población masculina no cumplimos con ese ideal, pero aunque no lo encarnemos, no lo cuestionamos, establecemos una relación de complicidad y tomamos ese referente porque nos da algunos beneficios”, de acuerdo con Siles.
El problema es que también es un factor de riesgo para ellos, porque refuerza ideas nocivas como que está bien ser violentos, tomar riesgos, no quejarse, no hablar de problemas personales que desencadenan depresión, ansiedad, accidentes, consumo de drogas, alcohol y conflictos intrafamiliares.
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El modelo de GENDES para reeducar a los hombres fue desarrollado luego de trabajar con jóvenes en situación de calle que se habían salido de sus casas porque vivían violencia por parte del padre. Así que los terapeutas trabajaban con los papás para que, en lugar de ser un factor de expulsión, los atrajeran.
También implementaron el modelo con hombres en prisión en Veracruz, quienes en el trabajo grupal siempre comentaban “si esto lo hubiera conocido antes, no estaría aquí” o “mi esposa estaría viva”.
Los hombres que acuden a sesiones grupales o terapia individual tienen una edad promedio de 34 años. Ricardo Ayllón explica que los 30 suele ser la edad en la que se dan las crisis, separaciones y divorcios.
Un 70% de los hombres que llegan a GENDES son enviados por instancias que trabajan con mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, ya sean tribunales, refugios o asociaciones civiles.
El 30% restante llega porque buscaron información en internet o supieron de ellos por algún medio de comunicación y lo hacen porque “tocaron fondo” con las personas de su vida.
En GENDES aprenden a identificar las señales corporales relacionadas con la tensión, fricción, frustración y enojo previos a la violencia, a ser críticos con los mandatos de masculinidad, a realizar “retiros” o “tiempos fuera” con base en esas señales corporales para prevenir la violencia, también aprenden a escuchar, respetar y establecer acuerdos.
“Las consecuencias de la violencia que ejercemos como hombres son que nos vamos quedando solos, nos enfermamos, vivimos alcoholismo, drogadicción y ponemos en riesgo nuestras vidas. No nos merecemos vivir ni ejercer formas de violencia”, agrega Ayllón.
Lo ideal es que quienes comienzan su proceso cumplan con 16 sesiones básicas en las que aprenden a establecer relaciones más respetuosas, cooperativas e igualitarias en sus hogares y familias. El objetivo es que los hombres aprendan a vivir libres y tranquilos.
En los grupos de reflexión de GENDES los hombres aprenden a identificar sus emociones, a gestionarlas y adquieren estrategias como los “retiros” o “tiempos fuera” para prevenir la violencia. (Foto: Jimena Zavala)
En las reflexiones grupales los participantes crean su plan de igualdad para no volver a repetir esa violencia, realizan un acuerdo grupal y se comprometen con el grupo de hombres. (Foto: Jimena Zavala)
Ali Siles Bárcenas considera que está tendencia de los hombres a cuestionarse su masculinidad no es nueva, “más bien pensemos en que hay otras maneras válidas y viables de ser hombres que se alejan de la forma tradicional y hegemónica”.
Existen las masculinidades gay, no binarias, asexuales y transexuales, pueden haber muchas.
Se habla de masculinidades antipatriarcales o formas de ser hombre que no se ajustan al sistema patriarcal que privilegia la posición masculina y en muchos sentidos oprime y deja en desventaja a la posición femenina.
También las masculinidades no violentas, “lo que me parece correcto pues en términos generales son hombres que buscan constantemente subvertir ese mandato de ser violentos”.
Hoy Bruno continúa su trabajo grupal en GENDES porque ha encontrado claves para encaminar su vida personal y profesional, considera que el proceso de desaprendizaje de los machismos no termina nunca.
“En los grupos he aprendido a no enfrascarme en discusiones cuando estoy tenso con otros hombres y creo que ha tenido beneficios porque antes tenía muchos conflictos en casa”.
Cuando alguien hace algún chiste misógino, machista u homofóbico no se ríe ni por compromiso, “ya no secundo esas expresiones”.
Continúa trabajando en mandatos de masculinidad sumamente arraigados como la idea de que las mujeres son las que deben cuidar de él.
“Antes mi mamá debía ir a surtirme de mi medicamento o era quien sacaba la cita con la nutrióloga. Ahora me hago cargo de mi propia salud”.
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