La astrofísica se abrió camino en un mundo dominado por los hombres y pese a que no ganó el Premio Nobel por el descubrimiento de los pulsares, pasará a la historia por sus logros.
Jocelyn Bell analizaba tan cuidadosamente los datos del Observatorio de Radioastronomía Mullard que detectó señales anormales provenientes de una estrella de neutrones. (Foto: Cortesía Jocelyn Bell)
Jocelyn Bell Burnell descubrió los pulsares (estrellas de neutrones) en 1967, cuando hacía su doctorado en la Universidad de Cambridge. Por este hallazgo, debió haber sido galardonada con el Premio Nobel de Física en 1974, junto con su asesor de tesis y el jefe de su jefe. Pero no fue así. Sin embargo, su trabajo y su trayectoria quedarán en la historia de la astronomía.
De hecho, su aportación a la ciencia ha sido muy celebrada. Ahora, consciente de los múltiples obstáculos que enfrentan las mujeres y las minorías para abrirse camino en la física, apoya con becas a estudiantes de doctorado.
Jocelyn Bell sabe qué tan difícil es abrirse camino en la ciencia y por ello impulsa becas para mujeres y minorías que estudien el doctorado de física. (Foto: Cortesía Jocelyn Bell)
La astrofísica nació en 1943 en Belfast, una ciudad ubicada en Irlanda del Norte. Durante la conferencia magistral El descubrimiento de los pulsares, que impartió en la FIL Guadalajara, Bell cuenta cómo fue estudiar en la universidad.
“Cuando llegué a Cambridge descubrí que todo mundo ahí parecía ser muy ingenioso. Quería que pensaran que yo era tan inteligente como ellos”.
Como estudiante sentía que no merecía ser parte de ese lugar. Pensó que se habían equivocado al seleccionarla y que en cualquier momento la regresarían a su casa.
“Se llama el Síndrome del Impostor. Me sentía fuera de lugar, debido a esto, era realmente muy, muy detallada”.
Por su trabajo tan meticuloso, en lugar de omitir anomalías casi imperceptibles como responsable de analizar los datos del Observatorio de Radioastronomía Mullard, les dio seguimiento. Y ¡sorpresa! descubrió un nuevo tipo de estrella en el universo.
Jocelyn Bell primero ayudó a construir el telescopio en el que trabajó por dos años. Fue planeado para detectar cuásares, un tipo de estrellas distantes que producen cantidades enormes de energía al final de su vida. De hecho, describió 180 de ellos, pero jamás imaginó que también serviría para detectar otros objetos.
Diariamente revisaba unos 30 metros de papel continuo con registros. En seis meses coleccionó más de 5 kilómetros; “rápidamente me acostumbré a identificar los cuásares”, relata.
Ocasionalmente se encontraba con marcas que no tenían sentido. La estudiante pensó que se debía a la interferencia del radiotelescopio, pues era bastante grande –tenía un área de 57 canchas de tenis– pero, curiosamente, cuando aparecía la señal era en el mismo segmento, con la misma velocidad, en el mismo sitio del cielo.
“Mi supervisor de tesis (Antony Hewish) pensó que estaba loca. Al día siguiente se quedó observando por encima de mi hombro. Lo constató por su cuenta. Se preguntaba si podrían ser hombrecillos verdes. Si lo son, seguro se acercan y se alejan enviando señales, pensaba”.
Un colega, con otro telescopio, también lo había detectado. Tanta coincidencia no podía deberse a un error.
Finalmente, Jocelyn Bell, su asesor de tesis y otros dos colegas publicaron el artículo “Observación de una fuente de radio que pulsa rápidamente” en febrero de 1968 en Nature.
El tema generó mucho interés de la prensa, porque en la época se pensaba que en cualquier momento los extraterrestres harían contacto con los humanos y, en ese sentido, ellos también dieron pie a las sospechas al bautizar esas señales como LGM-1 (little green men o en español, hombrecillos verdes).
El nombre de pulsar vino poco después, cuando el corresponsal de ciencia, Anthony Michaelis, le preguntó a Bell: “¿Cómo le va a llamar a estas cosas?” Ella respondió: Radio Señales Pulsantes, pero Michaelis sugirió acortar el nombre a pulsar. “Un nombre corto”, pidió el periodista.
Así fue como se le puso nombre a las estrellas de neutrones que tienen apenas un radio de 10 kilómetros, pero son tan pesadas como la masa del Sol y giran muy rápidamente.
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En 1974, Antony Hewish y Martin Ryle, quien fuera el director del telescopio y el jefe del asesor de Bell, recibieron el Premio Nobel de Física “por su papel decisivo en el descubrimiento de los púlsares” sin que se hiciera mención al trabajo de Jocelyn.
Y la astrofísica continuó trabajando en distintas universidades y proyectos; el reconocimiento vino años después.
En 2018 recibió el Breakthrough Prize que consiste en 3 millones de dólares; el Nobel otorga poco más de 1 millón. Así que decidió que el dinero se usara para becas para estudiantes de física.
“Sentí que no lo necesitaba para mí. Contacté al Instituto de Física en Gran Bretaña para que lo utilizaran estudiantes provenientes de diferentes trasfondos”, comenta.
La condición para ser candidato es que no sean varones blancos; “porque ya tenemos muchos haciendo doctorados en física. En cambio, no tenemos a muchas mujeres, a personas de color, no tenemos a refugiados, ni de ninguna minoría de cualquier tipo”.
En 2021, Bell también fue reconocida con la Medalla Copley que otorga la Sociedad Real en Gran Bretaña desde el año 1731. Es la segunda mujer en recibirla, la primera fue Dorothy Crowfoot Hodgkin en 1976.