La serie construye un escenario que no es más que una metáfora de la propia sociedad, del capitalismo y (también) de la suerte.
Te contamos (sin spoilers) sobre la serie que cautivó al mundo (Foto: Netflix / Arte: Tec Review)
“El Juego del Calamar”, la serie coreana que combina suspenso con sobrevivencia, drama y crítica social estrenó el 17 de septiembre en Netflix de manera global y, en menos de 15 días, está por convertirse en la más vista en la historia de la plataforma, habiendo alcanzado el primer lugar en más de 90 países.
Su impacto ha sido tal, que cientos de memes han inundado las redes; hay un reto en TikTok inspirado en “El panal” –uno de los juegos– y quién no le ha echado un vistazo está por hacerlo, con tal de no quedar fuera de la conversación.
Es un fenómeno que resulta, en medidas iguales, fascinante e inquietante.
La historia sigue a Seong Gi-hun, un hombre desempleado, adicto a los juegos, capaz de robarle a su propia madre, pero con un buen corazón, como demuestra su amor por su hija.
Sumido en las deudas, recibe una invitación que lo lleva a jugar seis juegos de niños (luz verde, luz roja; panal; la cuerda; canicas; puente de cristal y el juego del calamar) con otras 455 personas.
Para cada una de ellas hay un billón de yuanes (unos 38 millones de dólares), solo que para conseguirlos hay que llegar al final y, para quién pierde, hay un pequeño detalle: la muerte.
La serie sabe su juego. Inicia de manera tranquila, introduciendo a Seong Gi-hun, por quién es inevitable sentir rápidamente simpatía pues, aunque es un “bueno para nada” y bastante pillo, es carismático, ingenioso y, simplemente, bueno.
Está definido por una falla fatal de la que uno quiere saber si saldrá bien librado o no y, que más pronto que tarde, lo mete en mayores líos. Entonces, cuando llega a los juegos, la promesa parece cumplirse, hasta que el primero comienza y tanto los participantes como uno se dan cuenta de que no es ningún juego de niños.
Lo fascinante de “El Juego del Calamar” está en una conjunción de elementos que le dan un nuevo aire al viaje del héroe. Por un lado, visualmente presenta enigmáticos escenarios de abrumadoras dimensiones.
Por ejemplo, el colorido centro de escaleras que conecta con cada salón y que recuerdan la “Relatividad” de Escher, acentúa el laberinto en el que se han metido los jugadores y en el que son escoltados todo el tiempo por seres cubiertos de rojo y diferenciados únicamente por la figura geométrica marcada en blanco sobre una máscara negra: un círculo, un triángulo o un cuadrado.
El patio de recreo para cada uno de los juegos es también colorido, pero algo deslavado, como en un recuerdo que incomoda por esa combinación que transmite cierta frialdad.
Está también el espacio donde descansan, con enormes paredes grises y literas de varios niveles que desparecen conforme alguien pierde y resaltando, una vez más, lo pequeños que son frente a todo lo que sucede a su alrededor; del techo cuelga un cochinito transparente que con cada muerte suma un billón de yuanes.
Lo inquietante está precisamente en esos contrastes: el color, lo infantil y lo inocente frente a la frialdad, la ambición y la crueldad.
A diferencia de otras series o películas con premisas o recursos similares, que van desde “Los Juegos del Hambre” a “Battle Royale”, en “El Juego del Calamar” la participación es voluntaria.
La diferencia está en que, en su fantasía, la serie construye un escenario que no es más que una metáfora de la propia sociedad, del capitalismo y de cómo, de entre aquellos que están “hasta abajo”, –con suerte– uno acabará “triunfando”.
La serie se ciñe al instinto básico de sobrevivencia y en un escenario extremo expone las carencias y virtudes del ser humano.
Conforme los episodios avanzan, el espectador conoce y entiende mejor a varios de los jugadores y también los entretelones de la propia organización alrededor de los juegos, acentuando de nuevo esa inquietante fascinación que, de cierta manera, viene muy al caso: ellos están encerrados, como el mundo lo ha estado durante la pandemia; están en una situación económica desesperada y el mundo en crisis.
Sin dar spoilers vale la pena concluir hablando, precisamente, del calamar, un molusco que destaca por su inteligencia y que es conocido como un maestro del disfraz.
Quizás, en el juego, como en la vida, el calamar tenga más posibilidades de sobrevivir. Mientras, ya ha tomado al mundo por presa, absorbiéndolo con sus tentáculos.