Es vital para el desarrollo cerebral, emocional y cognitivo.
El aislamiento no siempre tiene las mejores consecuencias. (Foto: iStock)
La vida social es crucial. Primero, en el maternaje, luego con los miembros de la familia, hasta que el individuo se vaya insertando en la sociedad con habilidades sociales ya desarrolladas.
“El ser humano es social, es una condición intrínseca. Por naturaleza necesita un vínculo para completarse, para crecer, para su desarrollo. Por sí solo no puede vivir”, explica la psicoterapeuta psicoanalítica, Estrella Vázquez Vargas.
La pandemia es un ejemplo muy cercano de cómo puede afectar el pasar un periodo de tiempo muy largo sin convivir con otras personas.
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En su experiencia como psicóloga clínica se han disparado situaciones de inestabilidad emocional en personas de toda edad.
“En el encierro las emociones se vuelven muy encontradas. Decimos que hay síntomas positivos, es decir, lo que está y no debería de estar como depresión, ansiedad, comer mal, problemas de sueño, de concentración. Y síntomas negativos, lo que no está y debería de estar como salidas, socializar, compartir con otros”.
La profesora de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Yucatán comenta que hay una tendencia muy moderna a exaltar la vida solitaria (la típica frase: “tú eres tu persona favorita”) que afirma que una persona puede ser plena sin pareja, ni amigos, ni familia.
La realidad, dice la experta, es que estas personas terminan deprimiéndose. “Ni antes de la pandemia, ni durante ni después es recomendable el aislamiento. La individualidad debe tener su límite”.
El siglo pasado, los psicólogos Harry Harlow y Abraham Maslow realizaron un experimento con monos rhesus; que hoy en día sería muy cuestionado éticamente, pero que demostró la importancia del afecto materno y de la convivencia entre especies sociales como los primates.
El experimento consistió en colocar a los monos en edad infantil en jaulas, aislados de su madre y de cualquier otro individuo de su especie.
Fue en diferentes condiciones y periodos, pero todos estaban provistos de agua y horas de sueño.
Algunos estuvieron a lado de una ‘madre’ de alambre con la comida necesaria en un biberón y con otra ‘madre’ de felpa a lado que no les brindaba ningún alimento; otros estuvieron en ausencia de cualquier tipo de ‘madre’ pero con alimentos.
Los resultados fueron que los monos rhesus solo acudían por alimento con la ‘madre’ de alambre y sus necesidades afectivas de cuidado y protección la satisfacían con la de felpa.
Y los que estuvieron totalmente aislados, en presencia de un estímulo amenazante, se quedaban en un rincón desconsolados y no acudían con ninguna de las madres.
La maestra en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ana Ruth Lozada Martínez, explica con este ejemplo cuán relevantes son los vínculos que establecemos con las personas.
“Los monos que pasaron menos tiempo aislados pudieron retomar sus actividades sociales pero conforme más tiempo pasaban aislados más trabajo les costaba retomar su actividad y socialización. Algunos de ellos ya no se quisieron relacionar ni aparear. Este estudio demostró que puede ser catastrófico el aislamiento social”.
Los seres humanos que se han visto privados de una vida social, asimismo, presentan problemas de lenguaje y su intelecto está por debajo del nivel esperado.
También suelen presentar problemas de atención, memoria, conducta, comunicación. La vida social es vital para el desarrollo cerebral, emocional y cognitivo, de acuerdo con Estrella Vázquez.
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El psicólogo Lev Semiónovich Vygotsky, quien estableció la teoría social del desarrollo, dice que el desarrollo del ser humano va de lo biológico a lo sociocultural.
En las primeras etapas de vida de una persona, sus necesidades, su vida y su tiempo se van más hacia las necesidades biológicas y conforme va creciendo, sus necesidades se van haciendo de índole sociocultural, explica Lozada Martínez.
La socialización que establecemos con diversos grupos están relacionados con el bagaje de convivencia familiar que establecimos en los primeros años de vida, añade.
La terapeuta Ana Ruth Lozada Martínez explica las características de la vida social de una persona en distintas etapas de su vida:
“La primera interacción social, física y afectiva es con la madre en la etapa de gestación al pasar nueve meses en su vientre, y al nacer, durante la etapa de dependencia total en donde mamá, papá, hermanos, primos, tíos proveen al bebé de alimentación, cuidados, abrigo y limpieza . Es este entorno el que va a marcar pautas para una vida social futura”, indica.
En casa se aprende a interactuar, a ser empáticos, a interesarse en el otro, a escucharlo. Es cuando aprendemos a modularnos: cuándo opino, cuándo no, cómo expreso mis estados de ánimo, etcétera.
Cuando un bebé aprende a caminar comienza a conocer el mundo por sí mismo y a percibirse como independiente.
Antes de entrar al preescolar hay una etapa de ensimismamiento y egocentrismo natural en los niños que se puede ver en sus juegos. Niños de dos y hasta los cuatro años tienen su propio juego aunque estén en grupo. El juego social se da de los cuatro años en adelante.
En edad preescolar, hay otro desprendimiento porque el niño ya no voltea a ver si está detrás mamá sino que ya la tiene introyectada, sabe que la volverá a ver y que mientras esté en el colegio podrá convivir con otros niños y con la maestra.
En la primaria, el juego social está totalmente afianzado, así que son dos o tres años en los que los niños aprenden quién va primero en el juego, aprenden a negociar diferentes juegos, a tomar turnos, a escuchar a los demás, a compartir. Papá y mamá son sus modelos.
En la adolescencia y juventud empiezan otras habilidades de diferenciación. El adolescente quiere diferenciarse de los papás, quiere buscar quién es, cuál va a ser su identidad y a quién se va a parecer. La socialización se dará con mayor fuerza entre sus iguales.
En la adultez temprana y adultez tardía las relaciones sociales estarán marcadas por los vínculos que una persona logre en la primera etapa de adultez temprana. Tiene que ver con la personalidad, carácter, oportunidades de relacionarse.
En la edad adulta mayor las personas vuelven a un cierto aislamiento en casa y la vida social que tienen está marcada por el entorno familiar.
Estrella Vázquez Vargas añade que en esta etapa de la vida, la persona en condiciones ideales es retribuida con los intercambios que tuvo en etapas previas de su vida.
Su círculo social se vuelve más hacia disfrutar y poder compartir con sus cercanos lo que ha obtenido.
“A nivel emocional, si todo va bien, una persona de la tercera edad se siente satisfecha de su trayectoria personal. Y la vida social es importante para compartir, hablar de sus vivencias en núcleos sociales aunque quizá más reducidos. Es muy necesario que a esa edad sigan socializando para estimular el intelecto y el lenguaje”.
Aunque en ocasiones esas personas viven en situaciones de dependencia porque presentan alguna enfermedad crónica o con movilidad reducida, la familia y cercanos pueden buscarle actividades en donde pueda entablar nuevas amistades, aprender un nuevo juego, acudir a su centro de culto, hacer manualidades o realizar algún deporte acorde con su condición.