Aunque te hagas de la vista gorda, seguro alguna vez has contado un chisme. Respira, no siempre es tan malo como parece.
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Por Rodrigo Pérez Ortega
El chisme ha acompañado al ser humano desde los inicios del lenguaje y los expertos creen que ha sido esencial para el desarrollo de las sociedades. Se estima que hasta dos tercios de una conversación casual se centran en temas sociales y emocionales, propios y ajenos.
Según Robin Dunbar, antropólogo, biólogo y psicólogo evolutivo de la Universidad de Liverpool, “el chisme, en el sentido amplio de la conversación sobre temas sociales y personales, es un prerrequisito fundamental de la condición humana”. Éste juega un papel importante en el mantenimiento de los vínculos entre integrantes de grupos sociales grandes, ya que nos permite intercambiar información sobre los cambios en nuestras redes sociales. Además, satisface nuestro instinto natural de ser curiosos y, al mismo tiempo, nos permite aprender de experiencias ajenas.
Algunos estudios señalan que el chisme perjudica la productividad de una empresa, ya que puede llegar a consumir de dos a tres horas laborales. No todos son perjudiciales, debido a que “la comunicación informal dentro de la empresa es importante para crear equipo, pero siempre que se dé en su justa medida”, expone Marta Merino, directora general de la consultora española Ábaco Siglo XXI.
Un estudio de la Universidad de Berkeley en California determinó que las personas aprenden sobre el comportamiento de los demás a través de chismes y se asocian con quienes consideran cooperativos. Por otro, las personas percibidas como egoístas, normalmente están aisladas socialmente. Pero esto no necesariamente es malo. Cuando estas personas están conscientes de los chismes sobre ellos, tienden a modificar su comportamiento favorablemente. Para Matthew Feinberg, autor del estudio, “los grupos que permiten chismear a sus miembros mantienen la cooperación y disuaden el egoísmo mejor que los que no lo hacen”.
Según un estudio de 2015 realizado por Qi Chen y publicado en Social Neuroscience, escuchar chismes aumenta la actividad de la corteza prefrontal medial, área crítica para la cognición social, que involucra la percepción de los demás y de uno mismo para el funcionamiento social.
Por otra parte, la corteza orbitofrontal, importante para las emociones y el placer en la toma de decisiones, está implicada en los chismes positivos sobre uno mismo y controla el nivel de placer causado por ellos.
Aunque algunas veces llegan a causar tragos amargos, los chismes –dichos con mesura– cumplen una función social importante, además de distraernos y relajarnos un poco.
Reflejo de la comunidad
En Establecidos y marginados, Norbert Elias y John L. Scotson exponen que el chisme depende de las normas y las creencias comunitarias. Por ello, vale la pena prestarles atención porque pueden ser signo del malestar del grupo social o del equipo de trabajo.